Contemplar un Porsche 911 es una experiencia en sí misma. Siempre más intensa si aparece ante ti, pero da igual que el visionado sea a través de una pantalla, en las hojas de una revista o incluso en tu imaginación. Si tienes algo de humano, tus pupilas se dilatarán y el ritmo arterial y presión cardíacas sufrirán un pequeño repunte. Si, además, la criatura nueveonce viene bautizada con el glorioso apellido GT RS, tus glúteos se contraerán con fuerza.
Incluso al más profano de los profanos ajenos al mundo del automóvil sospecharía que algo que se llame 911 GT RS está varios escalones por encima de un 911 normal, y no porque lleve mas letras. Quiero decir, el 911 Carrera 4 S lleva muchas letritas, desde luego parece un aparato muy serio (lo es) pero con lo que se encogen los glúteos es con un, por ejemplo, 911 GT3 RS. Ni ya digamos un 991 GT2 RS.
Y todo esto sin tan siquiera saber qué es o qué potencia arroja cada una de las versiones. Y, a lo mejor, ni haría falta, ya que cada nomenclatura es tan evocadora en sí mima que me parece una grosería insensible romper con inertes cifras algo tan mágico.
Lo que si merece la pena recalcar es que, como ya cabía suponer, los GT RS de Porsche son las máquinas más cercanas a un coche de competición matriculado para circular por la calle que vas a poder conducir. Lo mas bruto de Porsche a lo que le vas a poder poner una placa de matrícula. El único coche que vas a poder sacar del garaje de tu casa, conducirlo por ti mismo y sus propios medios hasta un circuito, pasar la mañana haciendo el gorila en el track day, y volver de nuevo a casa como sin que la máquina haya rechistado lo más mínimo. Un equilibrio sublime entre Jekyll comenzando a transformarse en Hide y el propio Mr. Hide como sólo los de Stuttgart saben hacer.
Ahora bien, dentro de los GT RS, hay clases. Los GT3 RS quedan reservados a las mecánicas de aspiración natural, mientras que los GT2 RS incorporan dos turbos como dos soles. Los primeros quedan enfocados para los puristas y el desempeño mas espirituoso, los segundos para los que quieran que su 911 sea un pequeño dragster entre curva y curva.
Cada nueva entrega de cada una de estas sagas no deja indiferente a nadie, pero hay una en concreto que tiene marcado mi corazón de por siempre. Se trata, de nada más y nada menos y nada más, que la versión GT3 RS sobre la carrocería 996.2, lanzado hace casi 20 años. Voy a empezar que, para mí, el disruptivo diseño de los grupos ópticos que tanto cabreó a los puristas, a mi me encanta. Le da un toque moderno y armonioso que no tienen, ni van a tener, las series posteriores. Pero volviendo a nuestro protagonista, la pintura en blanco, como tiene que ser en todo coche alemán, conjunto de las bandas rojas o azul y las preciosas llantas a juego, consiguen que este nueveonce tenga una discreta pero imponente presencia que anuncia toda una declaración de intenciones. Verlo es como cuando estás afanado en pleno deshollinamiento del tubo de escape y avistas, agazapado, a un control sorpresa de la Guardia Civil.
Tanto no me gustó el coche que decidí comprar uno. El tema es que la brecha entre mis ahorros y la factura a pagar por lo que equivaldría una vivienda normalita se antojó completamente insalvable, por lo que no me quedó otra que resignarme a ser el feliz propietario de la excelente réplica con la que AUTOart contentó a muchos, muchísimos aficionados en mi misma tesitura. Y también, en este caso, mi primer AUTOart.
Poco hay que aportar de una respetadísima marca que viene de fabricar modelos estáticos y que metió la cuchara en el slot en busca de una tajada del pastel. El escalado es perfecto hasta el punto de respetar la anchura de unos neumáticos que, al malacostumbrado aficionado slotero, a todas luces se le antojarán muy estrechos. Esta es la tónica general que se siente al tener un slot de AUTOart en mano. La extraña sensación de saber que estas ante algo perfecto, pero que no termina de convencer. Y no entiendes el porqué.
Aquí, la cuestión, es que la culpa no es de AUTOart, sino que venimos maltratados principalmente por Ninco y NSR o, incluso ahora, Thunder o SRC, quienes amorfan algo a lo que me niego de plano a llamar reproducción. Con este vicio adquirido manda carallo que, lo que está bien hecho, es lo que resulta extraño.
Pero esta entrada viene con ración doble ya que, hace pocas semanas, durante las tandas libres previas de los certámenes CEV y CER en el circuito Ricardo Tormo, en el parking interno, me topé por primera vez, en directo, only for my eyes, casi veinte años después de sólo verlo en imágenes, con el preciado 911 GT3 RS. No escribiré sobre cómo fue aquello porque, instintivamente, grabé en primera persona mi propia reacción al toparme con tan añorada máquina sembradora del caos y la destrucción masiva. Si acaso, recalcaré que había pepinos muy pero que muy serios y muy pero que muy caros y casi sólo tuve ojos para este.
Y con respecto al escalado de AUTOart... he llegado a pensar que, quizás, debieron haberse tomado ciertas libertades, pero lo cierto es que al comparar las fotos entre uno y otro, no puedo reprochar nada al fabricante de maquetas. RESPECT.
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